lunes, 25 de abril de 2011

ELOGIO DE LA LOCURA, DE ERASMO DE ROTTERDAM (II)


Se me llamó junto con los demás a consejo, y en verdad que pronto di uno digno de mí, a saber: que se juntase al hombre con una mujer, animal ciertamente estulto y necio, pero gracioso y placentero, de modo que su compañía en el hogar sazone y endulce con su necedad la tristeza del carácter varonil. Y así Platón, al dudar en qué categoría colocar a la mujer, si entre los animales racionales o entre los brutos, no quiso otra cosa que señalar la insigne necedad de este sexo.

Si, por casualidad, alguna mujer quisiese ser tenida por sabia, no conseguiría sino ser doblemente necia, al modo de aquel que, pese a Minerva, se empeñase en hacer entrar a un buey en la palestra, según dice el proverbio. Porque, duplica su defecto aquel que en contra de la naturaleza desvía su inclinación y toma la apariencia de virtud. Del mismo modo que, conforme al proverbio griego, «aunque la mona se vista de seda, mona se queda», así la mujer será siempre mujer; es decir, necia, sea cual fuere el disfraz que adopte.

A pesar de ello, no creo que las mujeres sean tan necias que vayan a enfadarse conmigo por el mero hecho de que una mujer, es más, la misma Necedad en persona, les reproche su necedad. Pues si consideran juiciosamente la cuestión, verán que deben a la Necedad el tener más suerte que los hombres en muchos casos.

Tienen, primero, el encanto de la hermosura, que con razón anteponen a todas las cosas, y por cuya virtud tiranizan hasta a los mismos tiranos. ¿De dónde proceden lo desgraciado del aspecto, el cutis híspido y la espesura de la barba, que dan al varón aspecto de viejo, sino del vicio de la prudencia, mientras que la mujer conserva las mejillas tersas, la voz fina, el cutis delicado, imagen de perpetua juventud?

En segundo lugar, ¿qué otra cosa desean en esta vida más que complacer a los hombres en grado máximo? ¿A qué fin, si no, tantos adornos, tintes, baños, afeites, ungüentos, perfumes, tanto arte en componerse, pintarse y disfrazar el rostro, los ojos y el cutis? Así, pues, ¿hay algo que las haga más recomendables a los hombres que la necedad? ¿Hay algo que éstos no les toleren y permitan? ¿Y a cambio de qué, sino del deleite? Se deleitan, por consiguiente, sólo en la necedad y de ello son argumento, piense cada cual lo que quiera, las tonterías que le dice el hombre a la mujer y las ridiculeces que hace cada vez que se propone disfrutar de ella.

Ya sabéis, por tanto, el primero y principal placer de la vida y la fuente de que mana.

Capítulo XVII

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