martes, 29 de marzo de 2011

JESÚS Y LA MUJER PECADORA


Un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró en casa del fariseo y se reclinó en el sofá para comer.

En aquel pueblo había una mujer conocida como una pecadora; al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, tomó un frasco de perfume, se colocó detrás de él, a sus pies,

y se puso a llorar. Sus lágrimas empezaron a regar los pies de Jesús y ella trató de secarlos con su cabello. Luego le besaba los pies y derramaba sobre ellos el perfume.

Al ver esto el fariseo que lo había invitado, se dijo interiormente: "Si este hombre fuera profeta, sabría que la mujer que lo está tocando es una pecadora, conocería a la mujer y lo que vale."

Pero Jesús, tomando la palabra, le dijo: "Simón, tengo algo que decirte." Simón contestó: "Habla, Maestro." Y Jesús le dijo:

"Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientas monedas y el otro cincuenta.

Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a ambos. "Cuál de los dos lo querrá más?"

Simón le contestó: "Pienso que aquel a quien le perdonó más." Y Jesús le dijo: "Has juzgado bien."

Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos.

Tú no me has recibido con un beso, pero ella, desde que entró, no ha dejado de cubrirme los pies de besos.

Tú no me ungiste la cabeza con aceite; ella, en cambio, ha derramado perfume sobre mis pies.

Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le quedan perdonados, por el mucho amor que ha manifestado. En cambio aquel al que se le perdona poco, demuestra poco amor."

Jesús dijo después a la mujer: "Tus pecados te quedan perdonados".

Y los que estaban con él a la mesa empezaron a pensar: "¿Así que ahora pretende perdonar pecados?"

Pero de nuevo Jesús se dirigió a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en paz."


San Lucas - Capítulo 7

martes, 22 de marzo de 2011

Cita (IV)


"La mujer es un manjar digno de los dioses,
cuando no lo cocina el diablo."


William Shakespeare

lunes, 21 de marzo de 2011

MUJERES PERSAS EN CHINA


A partir de los siglos VII y VIII las mujeres persas gozaron de gran reputación como bailarinas en China. Durante la dinastía Tang los bares contaban a menudo con camareras persas famosas por las danzas con las que entretenían a sus clientes. Poetas como Li Bai dejaron testigo de ello, flirteando y escribiendo sobre ellas en sus poemas.

La belleza y las actuaciones de estas mujeres alcanzaron tal popularidad que pasaron a ser esposas muy preciadas entre los nobles chinos. Sin ir más lejos la hermana de Peroz II, el último rey sasánida de Persia, fue desposada con el emperador chino Tang Gaozong, quien ofreció refugio a los miembros de la aristocracia sasánida huídos de Persia tras la invasión y conquista de los árabes musulmanes.

En el siglo X, durante el período de las Cinco Dinastías, los emperadores chinos fueron especialmente dados a contar con mujeres persas entre sus esposas.

Es conocida la ardorosa lujuria que sentía el joven emperador Liu Chang por su amante persa a la que apodó Mei Zhu, la conoció cuando ella tenía dieciséis años y quedó fascinado por su piel morena suave y oscura y sus ojos grandes. Organizaban fiestas en que los invitados debían asistir desnudos, y cuando el emperador y Mei Zhu paseaban por los jardines de palacio obligaban a las parejas a emprender actos sexuales. Era tanto el tiempo que pasaba con las chicas persas de su harén que se decía que nunca salía para atender y ocuparse de los asuntos de Estado.

Del siglo X al XII el número de mujeres persas en Cantón aumentó considerablemente, en especial en el barrio extranjero; se las llamaba “Po-ssu-fu or Bosifu” (波斯婦, “Mujeres Persas”), eran conocidas por sus muchos pendientes y demás adornos, además de su difícil carácter y temperamento.

Toilette japonaise, de Firmin Girard

domingo, 20 de marzo de 2011

MUJER Y PIRATERÍA


Entre los siglos XVI y XVIII tiene lugar la edad dorada de la piratería en el Caribe. Ello tuvo algunas interesantes consecuencias en la vida y posición de las mujeres, especialmente en el mundo anglosajón, tal como se ha visto siempre reflejado en la ficción y la literatura popular.

Fueron muchos los hombres que por motivos económicos emprendieron vidas de marineros en aquellos tiempos, y muchas las mujeres que quedaron atrás teniendo que ocupar los empleos y profesiones que dejaban sus padres, maridos e hijos. Se les permitió comerciar, ejercer de minoristas e incluso tener participaciones en la propiedad en los barcos. A menudo eran posaderas o gerentes de tabernas, y en ciudades costeras la ley permitía que las viudas conservaran las responsabilidades y propiedad de la herencia de sus maridos.

Como dueñas de estas propiedades gozaban de una considerable autonomía e independencia económica, y entre su clientela habitual bien podían relacionarse asiduamente con piratas. Es bien sabido que los piratas solían usar ese tipo de establecimientos para congregarse y comerciar entre ellos y con los comerciantes de la costa.

Así las dueñas hosteleras además de darles alojamiento, comida, y un escondite frente a las autoridades, también podían comprarles bienes ilegales, ejercer de casa de empeños o incluso de prestamistas.

Para estas mujeres casarse con marineros, e incluso piratas, significaba seguir ocupando sus profesiones. Los maridos se pasaban largas temporadas en el mar y en aquella época difícilmente podían enviar parte de sus pagas al hogar, por lo que sus esposas debían poder ser autosuficientes de forma regular.

Los casos más singulares nos llevarían hasta las mujeres que no solo se desposaron con piratas, sino que se convirtieron directamente en piratas o acompañaron en sus andanzas por el mar a otros piratas. Son pocos los ejemplos pero tan notorios que siempre han disparado la imaginación popular: Jacquotte Delahaye, Anne Dieu-le-Veut, Mary Read, Anne Bonny...