En el primer siglo de conquista de América el colonizador medio era un hombre joven, en torno a los 20 años, generalmente urbano y con espíritu aventurero. A ese grueso se sumaban algunos clérigos, artesanos y otros profesionales y funcionarios mayores de 30 años.
Poco a poco fueron llegando familias, mujeres y niños. Pero la emigración femenina fue muy débil en la primera mitad de siglo XVI, aumentando gradualmente sobre todo en la segunda mitad. La escasez de mujeres preocupaba especialmente a La Corona, por lo que estimuló partida de familias completas y el traslado de las mujeres para reunirse con sus maridos, y desde 1530 les estuvo prohibido emigrar a los hombres casados sin sus esposas.
Y aunque a mediados del XVI las mujeres emigradas solo representaban el 5% de los españoles en América, su sola presencia cumplía un papel importante para las autoridades políticas y religiosas, que confiaron en su función de portadoras y transmisoras de valores y costumbres para evitar que la sociedad colonial adquiriera la cultura de las sociedades indígenas.
En cualquier caso la sociedad hispanoamericana estaba en sus inicios dominada por hombres solteros y jóvenes; que paliaron la escasez de españolas con mujeres indias dando lugar en algunos casos a situaciones de poligamia y concubinato.
Y si a los estragos demográficos causados entre los indios por las enfermedades importadas desde Europa se le suma la muerte de muchos hombres en las guerras de la conquista, existe la teoría de una posible carencia de hombres y exceso de mujeres entre los indígenas, que explicaría por qué en algunas islas caribeñas a principios del XVI la mayor parte de caciques eran mujeres.
Todo ello favoreció el mestizaje de diversas formas. A la “apropiación de las mujeres” por violación o rapto, se añadieron las mujeres ofrecidas como regalo, en prenda de hospitalidad o las adquiridas a modo de botín de guerra, durante los años en que la esclavitud estuvo permitida. Algunas fueron intérpretes y aliadas de los conquistadores, siendo el caso más famoso la Malinche y Hernán Cortés.
Una vez terminadas las grandes conquistas, pasando la guerra a un plano más secundario, para las nativas convertirse en esposas o concubinas de los españoles podía servir para mejorar su condición social y la de su familia.
El concubinato fue una práctica generalizada y supuso un acusado relajo de la monogamia exigida por la moral católica peninsular. Estas formas de convivencia suscitaron la preocupación de la Iglesia y de la Corona, que recomendaron formalizar los matrimonios interraciales con fin de sacramentar las relaciones.
En 1503 una orden recomienda los matrimonios con hijas de los príncipes y caciques a fin de consolidar las buenas relaciones con los indígenas. En el caso de los encomenderos se promulgan decretos que fuerzan a contraer matrimonio en el plazo de 3 años, también para conseguir la legalización de algunas parejas. Incluso se llega a otorgar preferencia a los casados en el reparto de mercedes de tierra o cargos civiles y se les hacía rebaja en algunos impuestos.
El nacido mestizo, fuera legítimo o no, era considerado español siempre que fuera educado junto al padre, e indio si se formaba con los indios. Los procesos de legitimación fueron numerosos. Los hijos mestizos de los conquistadores llegaron a desempeñar puestos destacados en la nueva sociedad. Cuando el número de mestizos creció, comenzaron a constituir un grupo aparte y en el siglo XVII ya formaban una categoría social propia, en una sociedad cada vez más estratificada, en la cual color de la piel y estamento social coincidían.
Las mujeres africanas esclavas, igual que los hombres, tenían unos derechos conocidos por las Siete Partidas, tales como la libertad de casarse, de no ser separadas de sus familias y de comprar su libertad. Aunque las mujeres negras se casaban frecuentemente con esclavos, también podían casarse con hombres negros libres. La manumisión era más frecuente en la ciudad y solía ser más comprada que concedida.
Los matrimonios mixtos con mujeres africanas, sin estar nunca prohibidos, tampoco fueron incentivados por el temor al Islam y el estigma de la esclavitud. La convivencia con esclavas domésticas dio lugar al nacimiento de los mulatos, doblemente discriminados por ser a la vez ilegítimos y esclavos.
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