Acordar la dote era parte fundamental del contrato de matrimonio, cuánta propiedad iba a ser transferida de la familia de la joven esposa a la familia del marido. De esa dote el marido recibía legalmente el usufructo (es decir, decidía cómo usar o invertir la dote y era propietario de los beneficios, rendimientos e intereses que generara, por ejemplo la cosecha de unas tierras), pero la propiedad sobre la dote, el capital original, seguía correspondiendo a la mujer, y por tanto debía serle devuelto en caso de que él o ella iniciara un proceso de divorcio. Éstos no eran desde luego frecuentes, pero legalmente se trataba de una práctica permisible.
No menos interesante eran las grandes diferencias que solían darse entre marido y mujer a la hora de casarse. El matrimonio medio de un ciudadano ateniense se daba en las siguientes circunstancias.
El marido solía rondar los treinta años de edad, era un hombre adulto maduro, había cumplido su servicio en el ejército durante diez años, era ya un ciudadano de facto que podía acudir a las asambleas, incluso podía ocupar un cargo público a partir justo de los treinta años cumplidos, probablemente sus padres ya habrían fallecido y por tanto habría heredado toda la propiedad de éstos. Era por tanto el mejor momento para casarse y tener hijos.
La joven por su parte solía rondar entre los quince y veinte años, aunque se podía acordar el matrimonio antes incluso, pero no se llevaba a cabo hasta que la muchacha pudiera engendrar hijos. Tal diferencia de edad, más de diez años, y la juventud de la esposa, seguramente facilitaba su obediencia y su control por parte del marido. Datos demográficos de todo el mediterráneo en la época indican una alta mortalidad femenina entre los dieciséis y los veinte años de edad, lo más seguro es que asociada con la mortalidad en el parto. Artemisa era la deidad preferida a la que rezar y dedicar ofrendas en pro de la fertilidad y un parto sin complicaciones.
Segundos matrimonios eran a su vez una práctica común, a los casos en que las jóvenes esposas perdían la vida en el parto hay que añadir muchos otros en que era el hombre ya mayor el que moría y la mujer todavía se encontraba en edad de tener hijos. No hay que olvidar que la mujer era, como decía Aristóteles, un campo yermo a la espera de ser arado. Sin embargo los segundos matrimonios daban muchos problemas y complicaciones legales de herencias. Para evitarlo una tendencia se fue imponiendo por la cual los segundos matrimonios se acababan dando entre parientes cercanos, primos, hermanastros, tíos, sobrinos… Con el claro propósito de que la propiedad de la dote no saliera de la familia.
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