miércoles, 25 de mayo de 2011

ELOGIO DE LA LOCURA, DE ERASMO DE ROTTERDAM (V)


Si alguien tiene una mujer de egregia fealdad, pero que en opinión del marido puede rivalizar hasta con la misma Venus, ¿acaso no será lo mismo para él que si fuese realmente hermosa? (…) Conozco a cierto sujeto que se llama como yo, el cual recién casado regaló a la novia ciertas joyas falsas, convenciéndola, con lo bromista y alegre que era, de que no sólo eran verdaderas y auténticas, sino también de precio singular e inestimable. Pregunto yo, ¿qué podía importarle a la joven la burla, si deleitaba igual los ojos y el espíritu y las guardaba junto a sí como eximio tesoro? En tanto, el marido no sólo se había ahorrado el gasto, sino que se divertía con el engaño de su mujer, a la que no tenía menos obligada que si la hubiese obsequiado con el más grande regalo.

Capítulo XLV


¡Dioses inmortales! ¡Qué teatro éste! ¡Qué variedad en esta turbamulta de necios! Uno se muere por cierta mujercilla, a la que ama con mayor pasión cuanto menos caso le hace ella; el otro se casa con una dote y no con una esposa; el otro prostituye a su misma mujer; allí un celoso vigila a la suya como un Argos; aquél, de luto, ¡oh!, cuántas necedades dice y hace, parece un actor que represente la farsa del duelo. (…) Y los hay que van en peregrinación a Jerusalén, a Roma o a Santiago, donde nada tienen que hacer, y en cambio dejan abandonados la mujer, la casa y los hijos.

Capítulo XLVII


Las mujeres, entre otras muchas razones, favorecen a los frailes porque suelen confiar a su seno las quejas y el mal humor que tienen contra sus maridos.

Capítulo LIV

Madre e Hija, de Leighton

lunes, 23 de mayo de 2011

MUJERES EN LA COLONIZACIÓN DE AMÉRICA


En el primer siglo de conquista de América el colonizador medio era un hombre joven, en torno a los 20 años, generalmente urbano y con espíritu aventurero. A ese grueso se sumaban algunos clérigos, artesanos y otros profesionales y funcionarios mayores de 30 años.

Poco a poco fueron llegando familias, mujeres y niños. Pero la emigración femenina fue muy débil en la primera mitad de siglo XVI, aumentando gradualmente sobre todo en la segunda mitad. La escasez de mujeres preocupaba especialmente a La Corona, por lo que estimuló partida de familias completas y el traslado de las mujeres para reunirse con sus maridos, y desde 1530 les estuvo prohibido emigrar a los hombres casados sin sus esposas.

Y aunque a mediados del XVI las mujeres emigradas solo representaban el 5% de los españoles en América, su sola presencia cumplía un papel importante para las autoridades políticas y religiosas, que confiaron en su función de portadoras y transmisoras de valores y costumbres para evitar que la sociedad colonial adquiriera la cultura de las sociedades indígenas.

En cualquier caso la sociedad hispanoamericana estaba en sus inicios dominada por hombres solteros y jóvenes; que paliaron la escasez de españolas con mujeres indias dando lugar en algunos casos a situaciones de poligamia y concubinato.

Y si a los estragos demográficos causados entre los indios por las enfermedades importadas desde Europa se le suma la muerte de muchos hombres en las guerras de la conquista, existe la teoría de una posible carencia de hombres y exceso de mujeres entre los indígenas, que explicaría por qué en algunas islas caribeñas a principios del XVI la mayor parte de caciques eran mujeres.

Todo ello favoreció el mestizaje de diversas formas. A la “apropiación de las mujeres” por violación o rapto, se añadieron las mujeres ofrecidas como regalo, en prenda de hospitalidad o las adquiridas a modo de botín de guerra, durante los años en que la esclavitud estuvo permitida. Algunas fueron intérpretes y aliadas de los conquistadores, siendo el caso más famoso la Malinche y Hernán Cortés.

Una vez terminadas las grandes conquistas, pasando la guerra a un plano más secundario, para las nativas convertirse en esposas o concubinas de los españoles podía servir para mejorar su condición social y la de su familia.

El concubinato fue una práctica generalizada y supuso un acusado relajo de la monogamia exigida por la moral católica peninsular. Estas formas de convivencia suscitaron la preocupación de la Iglesia y de la Corona, que recomendaron formalizar los matrimonios interraciales con fin de sacramentar las relaciones.

En 1503 una orden recomienda los matrimonios con hijas de los príncipes y caciques a fin de consolidar las buenas relaciones con los indígenas. En el caso de los encomenderos se promulgan decretos que fuerzan a contraer matrimonio en el plazo de 3 años, también para conseguir la legalización de algunas parejas. Incluso se llega a otorgar preferencia a los casados en el reparto de mercedes de tierra o cargos civiles y se les hacía rebaja en algunos impuestos.

El nacido mestizo, fuera legítimo o no, era considerado español siempre que fuera educado junto al padre, e indio si se formaba con los indios. Los procesos de legitimación fueron numerosos. Los hijos mestizos de los conquistadores llegaron a desempeñar puestos destacados en la nueva sociedad. Cuando el número de mestizos creció, comenzaron a constituir un grupo aparte y en el siglo XVII ya formaban una categoría social propia, en una sociedad cada vez más estratificada, en la cual color de la piel y estamento social coincidían.

Las mujeres africanas esclavas, igual que los hombres, tenían unos derechos conocidos por las Siete Partidas, tales como la libertad de casarse, de no ser separadas de sus familias y de comprar su libertad. Aunque las mujeres negras se casaban frecuentemente con esclavos, también podían casarse con hombres negros libres. La manumisión era más frecuente en la ciudad y solía ser más comprada que concedida.

Los matrimonios mixtos con mujeres africanas, sin estar nunca prohibidos, tampoco fueron incentivados por el temor al Islam y el estigma de la esclavitud. La convivencia con esclavas domésticas dio lugar al nacimiento de los mulatos, doblemente discriminados por ser a la vez ilegítimos y esclavos.

Cita (XV)


"En un tema, al menos, hombres y mujeres están de acuerdo;
ambos desconfían de las mujeres."


H. L. Mencken

sábado, 14 de mayo de 2011

ELOGIO DE LA LOCURA, DE ERASMO DE ROTTERDAM (IV)


Se da el caso de aquellas palabras que dichas por un sabio se habrían castigado con la muerte, en cambio dichas por un necio resultan de un contento increíble. En efecto, la verdad posee cierta natural virtud de agradar; pero éste es un privilegio que los dioses no han concedido más que a los necios. Por esa misma razón de tal especie de hombres suelen gozar locamente las mujeres, por su naturaleza más inclinadas al placer y a la frivolidad. Todo lo que hacen bajo dicho pretexto, aunque a veces se trate de lo más grave, lo achacan a broma y a juego, pues ¡tal es el ingenio de este sexo, sobre todo cuando se trata de paliar sus deslices!

Capítulo XXXVI


No sé si en el conjunto de todos los mortales podría encontrarse a alguien que se mantuviese cuerdo a todas horas y no estuviese poseído de alguna especie de locura. La gente llama loco a aquel que confunde una calabaza con una mujer, puesto que ello le ocurre a poquísimas personas, y en cambio, aquel que ensalza a su mujer, aunque la comparta con muchos otros, como si fuese Penélope, y ensalza sus perfecciones en tono mayor, se engaña dulcemente y no habrá nadie que le llame loco, puesto que ésta es cosa que les ocurre en general a los maridos.

Capítulo XXXIX

domingo, 8 de mayo de 2011

Cita (XIV)


"No hables mal de las mujeres;
la más humilde, te digo,
que es digna de estimación;
porque al fin de ellas nacimos."


Calderón de la Barca

Moda - Siglo XVIII (2ª Mitad)

ANTIGUO EGIPTO: LAMENTO DE UN VIUDO A SU DIFUNTA ESPOSA


En el Museo de Leiden, en Holanda, se conserva un antiguo papiro egipcio en el que podemos leer el lamento que un viudo dirige a su difunta esposa:

"Te tomé por mujer cuando yo era joven. He estado contigo. Luego conquisté todos los grados, pero no te abandoné. No he hecho sufrir tu corazón. Eso hice cuando era joven y cuando ejercía todas las altas funciones del Faraón, Vida, Salud, Fuerza, no te he abandonado, diciendo al contrario: «Que esto sea contigo». No escuchaba los consejos de cada hombre que venía a hablarme de ti, diciendo al contrario: «Hago según tu corazón». Mira: cuando tuve el cargo de instruir a los oficiales del ejército de Faraón, los enviaba a que se pusieran boca abajo delante de ti, llevando toda clase de cosas buenas para depositarlas ante ti. No te he ocultado nada de mis beneficios hasta este día de mi vida. Nunca me han encontrado despreciándote al modo del campesino que entra en casa ajena. Mis perfumes, los pasteles, los vestidos, no los he mandado hacia otra morada, diciendo al contrario: «La mujer está ahí», porque no quería causarte pena. Cuando caíste enferma, hice venir a un oficial de salud que hizo lo necesario y todo lo que le dijiste que hiciera. Cuando seguí a Faraón que iba hacia el Sur, he aquí cómo me comporté contigo. Pasé una duración de ocho meses sin comer ni beber, como un hombre de mi condición. Cuando volví a Menfis pedí licencia a Faraón para ir al lugar donde tú estabas (a tu tumba) y lloré mucho con mi gente frente a ti. Llevo así tres años hasta el presente. No entraré en otra casa, lo que un hombre como yo no estaba en la obligación de hacer. Las hermanas que están en la casa, no he ido a casa de ninguna de ellas."

martes, 3 de mayo de 2011

Cita (XIII)


"Serías más complaciente y menos sordo a los ruegos,
de antes haber sido amado por una mujer."


Ovidio

In Love, de Marcus Stone

ELOGIO DE LA LOCURA, DE ERASMO DE ROTTERDAM (III)


¡Cuántos divorcios y aun accidentes peores que los divorcios ocurrirían si la vida conyugal del varón y la esposa no se viese afianzada y sostenida por la Adulación, la Broma, la Indulgencia, el Engaño y el Disimulo, que forman mi cortejo! ¡Ah, qué pocos matrimonios habría si el novio prudentemente indagase a qué juegos se había dedicado aquella doncellita delicada, tan modesta y pudorosa en apariencia, antes de casarse! ¡Y cuántos menos permanecerían unidos si no quedasen ocultas muchas hazañas de las esposas gracias al descuido y la estupidez de los maridos!

Todas estas cosas se atribuyen justificadamente a la necedad y a ella se debe aun que la esposa sea agradable al marido y éste a su mujer, a fin de que la casa permanezca tranquila, a fin de que en ella reine la concordia. Inspira risa y se hace llamar cornudo, consentido y qué sé yo qué, el infeliz que enjuga con sus besos las lágrimas de la adúltera. Pero ¡cuánto mejor es equivocarse así que no consumirse con el afán de los celos y echarlo todo por lo trágico!

Capítulo XX